Si queremos modificar los
paradigmas que tenemos sobre las relaciones afectivas, debemos revisar nuestras
concepciones tradicionales sobre el amor en general y el amor de pareja en
particular a la luz de un conjunto de valores renovados. En realidad, no sé si
Dios es amor, pero de lo que estoy seguro es que el amor interpersonal humano,
el que nos profesamos en el día a día y aquí en la tierra, está bastante lejos
de cualquier deidad.
Hay al menos cuatro “valores”
que han sustentado un amor convencional negativo para la salud mental, los
cuales llevamos a cuesta como una obligación histórica que trasmitimos de
generación en generación mecánicamente. Gran parte de nuestras relaciones
interpersonales y afectivas se rigen por estos principios, que insisto, hemos
incorporado a nuestros esquemas como verdades absolutas. Mientras exista este
fundamentalismo sentimental estaremos condenados a un sufrimiento absurdo que
nos impide vivir el amor de manera libre y relajada.
El primer valor a revisar es
el de la fusión amorosa. La obstinación de querer ser uno donde hay dos. “Mi
media naranja”, “Mi complemento”, “Mi alma gemela”: pura adicción, pura
simbiosis. Un solo espíritu, una sola alma, un solo cerebro, un manojo de ideas
amalgamadas hasta el hartazgo. Adiós al asombro. Las “almas gemelas”: ¿no sería
mejor, más fácil y pragmático, al menos para los que no vivimos en el “plano
astral”, buscar una forma de unión más aterrizada? ¿Qué hacer?: cambiar la
fusión por el valor de la solidaridad: estar unidos, en comunidad y de manera
participativa. Dos individualidades que se vinculan, porque amar la diferencia
es amar dos veces. Estar sindicalizados en el amor.
El segundo valor es el de la
generosidad amorosa. No es que esté a favor de la tacañería, lo que ocurre es
que en la relación de pareja siempre esperamos algo (en la generosidad no). Si
eres fiel, esperas fidelidad; si eres tierno, esperas ternura; si das sexo,
esperas sexo, en fin: esperamos. El amor recíproco da y
recibe. Amor de ida y vuelta, equilibrado, justo, ético. No milimétrico, sino
proporcionado
El tercer valor es la
obligación o el deber conyugal. Las relaciones afectivas cuyo vínculo se
instala sobre la base de los imperativos se van agotando a sí mismas. La
relación amorosa no puede ser una exigencia. No se trata de estar con quien
porque se debe estar, sino estar con quien se quiere estar. Los deberes son
necesarios para cualquier tipo de convivencia siempre y cuando no afecten la
dignidad de nadie. El deber razonable y bien concebido es un cimiento para el
respeto, pero el deber inexorable e irracional tiende a justificar todo tipo de
violaciones. Hay que convivir con el deber razonable y pasarle por encima al
deber irracional. Es mejor completar las obligaciones, contratos y juramentos
con el valor de la autonomía. Autogobierno, independencia personal con ayuda de
la razón. ¿Cómo potenciar el “yo auténtico” si no somos libre de desear lo que
queremos y de afirmarnos en lo que pensamos?.
El cuarto valor es la
tolerancia. Si alguien dijera yo tolero a mi pareja, no apostaríamos cinco
centavos por esa relación ¿Hay que tolerarlo todo? Obviamente no. Al igual que
cualquier principio de vida, hay que fijar límites. Aunque la palabra
tolerancia posee una acepción positiva (pluralismo, democracia), “tolerar”, de
acuerdo a un reconocido diccionario de sinónimos, también quiere decir:
soportar, aguantar, sufrir, resistir, sobrellevar, cargar con, transigir, ceder,
condescender, compadecerse, conformarse, permitir, tragar saliva, sacrificarse.
Es más inteligente recurrir al valor del respeto. Reconocer al otro como un
interlocutor válido, que tiene algo importante qué decir y a quien vale la pena
escuchar en serio. Mucho más que tolerar, sin duda.La
Los cuatro valores guía que he
propuesto tienen arraigos en grandes movimientos a favor de la dignidad. Los
tres primeros responden a la Declaración de los derechos del Hombre y el
Ciudadano y el cuatro valor se desprende claramente de la Declaración Universal
de los Derechos Humanos. El amor saludable y valioso, es compatible con ambas
manifestaciones.
Walter Risso.
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